Los que comparan el negocio de la música con el negocio editorial -normalmente desde un punto de vista apocalíptico- afirman que al menos a los músicos les queda la posibilidad de hacer bolos y ganarse la vida dando conciertos. A falta de ventas de cds, siempre quedará el espectáculo. Pero ¿qué le quedará al escritor si, como dicen los apocalípticos, la industria editorial está abocada a un desastre de dimensiones parecidas al que ha sufrido la industria de la música? Y el editor, ¿qué posibilidades de supervivencia tendrá?
No estoy de acuerdo con la teoría del Armagedón editorial, pero sí estoy convencida de que la edición del siglo XXI será muy diferente a la del siglo XX. La edición del siglo XXI girará alrededor de los contenidos, pero probablemente su modelo de negocio se base los servicios prestados al lector en relación a esos contenidos más que en la propia venta de estos.
Los responsables de Pensódromo[21] definen perfectamente esta idea cuando explican su nuevo proyecto editorial, La izquierda reaccionaria:
Llamamos edición [21] al nuevo escenario de la edición donde el libro deja de ser el eje del proyecto y, por tanto, del negocio editorial. Un nuevo escenario en que el libro pasa convertirse en un valor periférico junto a otros desarrollos relacionados con el tema. No significa que el libro como objeto (en papel, electrónico…) sea menos relevante ni, desde luego, hablamos de algo periférico en sentido peyorativo. En este nuevo escenario, pensamos que la importancia recae más sobre los temas, y la relación de estos con las audiencias; es decir, los interesados en el tema que proponemos.
Con este título iniciamos un proyecto de nueva edición (que nosotros llamamos «edición [21]») con la característica de ser un desarrollo realmente multiformato en el panorama editorial en español. El desarrollo del tema que propone Horacio Vazquez-Rial, «la izquierda reaccionaria», no sólo va a tener lugar en formato libro ni, desde luego, únicamente en soporte papel. El libro es capital, es cierto, también en sus diferentes versiones electrónicas, pero como editores no vamos a quedarnos limitados al esquema tradicional de comercialización y venta del libro sino que vamos a trabajar un desarrollo radial de la propuesta: conferencias, videoconferencias, materiales audiovisuales (programas de entrevistas, debates, documentales, etc.), contenidos fragmentados para universidades, materiales para medios…
[…]Sabemos muy bien al público al que nos dirigimos. Un público con la capacidad de elegir si quiere los contenidos en papel, en formato electrónico, o si los quiere citar y comentar en línea: nuestro trabajo como editores es satisfacer todas esas necesidades. Y de esta forma, por lo demás, evitamos que cualquier otro tome la iniciativa y lo cuelgue en la red sin que tengamos ningún control. Lógicamente, cada experiencia es un mundo, pero en este tipo de contenidos (que toman y aportan energía de y desde los medios de comunicación), parece cada día más claro que el acceso rápido, fácil y cómodo a los contenidos dinamiza y acentúa las ventas, y no al contrario. Veremos…
Con La izquierda reaccionaria, Pensódromo[21] propone y experimenta con un nuevo modelo de negocio editorial, un modelo de negocio basado en la interacción autor-contenidos-lector, de forma que:
– el concepto de lector se amplía, acercándose al concepto de público: sus clientes no son sólo personas que leen un texto, sus clientes son también consumidores de contenidos culturales en múltiples formatos audiovisuales. A mayor cantidad de formatos, mayor cantidad de clientes.
– el concepto de editor se amplía, convirtiéndose también dinamizador cultural: su rol consiste en difundir los contenidos creados por el autor y llegar al mayor número posible de «consumidores culturales», a lo cual ha de adaptar los procesos editoriales, la forma de hacer promoción y márketing, además de buscar nuevos mercados.
– el concepto de autor se amplía, extendiéndose más allá del texto impreso: el autor se obliga a la constante re-creación de sus contenidos, en función de sus audiencias y de los formatos.
¿Quién dijo que los escritores no pueden vivir del directo?
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