En la nueva economía editorial, la cadena de valor del libro –formada por eslabones interdependientes– ha sido sustituida por la red de valor del libro, en la que hay tantos caminos para llegar al lector como «nodos» conforman la red.
La mejor imagen para verlo claro es la de una red de distribución. Entre el autor y el lector median/intermedian muchos nodos, y es el autor el que escoge a través de qué camino y qué intermediarios quiere llegar al lector.
A mayor cantidad de intermediarios menor es el beneficio del autor por libro vendido, pues más gente hay para repartirse el pastel de los ingresos. Si a eso se suma que el autor puede tener acceso directo al lector, o como mucho sólo a través de la librería, la consecuencia es que, en esta nueva red de valor, los intermediarios tiene que demostrar que sus servicios son, si no imprescindibles, muy provechosos.
Esta máxima se aplica a todos los intermediarios: agentes literarios, editores, distribuidores y libreros, por citar sólo a los tradicionales eslabones de la antigua cadena de valor. De la consecuente necesidad de «reinvención» de todos ellos para adaptarse a las nuevas circunstancias he hablado en numerosas ocasiones, también de los conflictos que entre ellos genera la superposición de roles, pero en este post quisiera ahondar en el intermediario que más va a tener que modificar su rol: el agente literario.
El nuevo agente literario debería dejar de intermediar sólo entre el autor y el editor, para convertirse en un representante del autor ante los lectores.
En este rol ampliado de representación, el objetivo del agente es buscar y encontrar las diferentes formas de hacer llegar la obra del autor al lector. Estas vías pueden ser varias, no excluyentes entre sí, sino complementarias: editores, libreros, bibliotecarios, plataformas de distribución, grupos de fans, colectivos de lectores…
La transición en las funciones del agente literario está muy bien ilustrada en estos dos gráficos de Jason Allen Ashlock.
En la cadena de valor, el agente media entre el autor y el editor, nada más.
En la red de valor de libro, el agente literario debería ser la conexión entre el autor y el lector, a través de los diferentes nodos de la red de valor del libro: plataformas, colectivos, editores, libreros, o incluso vendiendo directamente al lector.
Miquel Codony (@Qdony) dice
O sea, ¿lo que propone es convertir al agente literario en community manager del autor? (Es una pregunta, no una crítica)
Arantxa Mellado dice
No exactamente. Lo que propone es ampliar el radio de acción del agente literario y convertirlo en un representante del autor ante los lectores. Los métodos dependerán del agente y de las necesidades del autor, y es probable que alguno acabe convirtiéndose en una espacie de community manager
narrador10 dice
Totalmente cierto, es más, ampliaría la idea añadiendo que hoy en día son las editoriales y el agente literario los que determinan que el producto final tiene o no valor.
En un momento donde cualquiera puede redactar un archivo y subirlo a una plataforma para convertirlo en un «libro», la visión de los terceros se torna indispensable para que el lector sepa qué merece la pena ser leído. Y no hablo de la democracia de la lectura, donde cada uno es libre de leer lo que quiere, sino de convertir en estas figuras en los agentes que aseguran que ese libro tiene calidad, y su adquisición y lectura satisficirá unas expectativas.
Por supuesto, existe el error, y famosos son los casos donde un best-seller fué rechazado sistemáticamente por editoriales y agentes «ciegos», incapaces de ver su potencial. Pero también es necesario mirar la otra cara de la moneda: la edición de libros de difícil salida, y la apuesta que por ellos han venido haciendo estas empresas.
Hoy en día, cuando los autores son completos desconocidos, las editoriales y los agentes son únicas las marcas de calidad con que dispone el lector, y marcan la diferencia entre fanfic, amateur y libro.