«—Ayer estaba sano —dijo Maude. Sus orejas se movían nerviosamente.
»—Eso no significa nada —repuso Sir Ritchfield, el carnero más viejo del rebaño—, ya que no ha muerto de enfermedad. Las palas no son ninguna enfermedad.»
Así, con una evidente falta tipográfica, comienza Las ovejas de Glennkill, la novela de Leonie Swann. Y es que tradicionalmente los nombres de los animales se escriben en cursiva. Encontramos constancia de ello en el Libro de Estilo de El País y en la web de Fundéu (Fundación Español Urgente), por dar un par de referencias.
Salamandra es una magnífica editorial, no sólo por los títulos que componen sus colecciones, sino por el cuidado que ponen en la edición de los libros. Una rara avis en el panorama español, donde cada vez hay más fabricantes de libros y menos editores. Por ello imaginamos que la falta no es tal cosa, sino una fórmula para evitar que las cursivas tomen las páginas como un rebaño un prado, ya que las protagonistas de la novela son las ovejas, tantas que empieza un Dramatis «Oves», al modo de las novelas de Agatha Christie, a quien se rinde un pequeño homenaje en el personaje de Miss Maple («la [oveja] más lista del rebaño, tal vez la más lista de Glennkill y posiblemente incluso la más lista del mundo. Curiosa y terca, a veces se siente responsable»).
Sin embargo, no es intención de este post hablar sobre esta ingeniosa novela, sino sobre el buen hacer de ciertas firmas editoriales, que libro a libro fundamentan la confianza del lector hasta el punto de lograr que éste dé por supuesto que los defectos no son tales, sino pequeñas tretas para facilitar la lectura.
Por cierto, magnífica traducción del alemán la realizada por María José Díez y Diego Friera, y, como cabía esperar de la editorial Salamandra, una intachable edición.
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