Muy al hilo de las reflexiones de Francisco Umbral sobre la lectura y los lectores, que ayer recogíamos, aparece hoy en La Vanguardia este artículo de Anton M. Espadaler. Critica el papel al que el escritor italiano Nanni Balestrini relega al lector en la ciber edición que ha hecho de una novela suya, Tristano. Balestrini le ha aplicado un programa informático que hace de cada nuevo volumen publicado una versión diferente de la novela.
«Cuando parecía que las vanguardias ya estaban todas domesticadas, va el irredento provocador Nanni Balestrini y sorprende al universo itálico publicando una nueva versión de una antigua novela suya, Tristano. Lo de nueva versión es erróneo. En realidad hay tantas versiones como volúmenes tiene la edición, puesto que de eso de trata: de una obra elaborada gracias a la aplicación de un modernísimo programa informático –en el año 1966 la informática le dejó a medio camino–, que le ha permitido publicar dos mil volúmenes y todos ellos distintos entre sí, que ahí está la gracia. De manera que bajo el mismo título sus lectores tendrán dos mil experiencias distintas de lectura. Aunque puede que haya un lector tan entregado que necesite comprar diversos volúmenes para saber cuál es la mejor de las versiones que le tocó en suerte, visto que lo que determina la lectura es tanto la elección (del autor) como el azar (en la elección del concreto volumen). El invento viene prologado por Umberto Eco, que vuelve así a las posturas vanguardistas de sus años mozos, y anuncia cosas tan graves como que se acabó el fetiche de la edición numerada, y que con experimentos como el de Balestrini se pone en crisis el sagrado concepto de autor, o sea el de artista celoso guardián de su obra, y vigilante atento a los tropiezos y deturpaciones que pudiera sufrir en su transmisión o reproducción. Y coloca a Balestrini bajo el manto protector del arte combinatoria y alega a mayor abundamiento la autoridad de Ramón Llull, lo que no deja de darle un aire sabiondo y heterodoxo. Yo, qué quieren que les diga, me parece que no hay para tanto, y que la propuesta, por más padrinos que tenga, no pasará de ser una mera curiosidad. Al fin y al cabo, el invento –pijadas cibernéticas aparte– es muy conocido por la filología más rancia, pues no hace otra cosa que afirmar de una manera mecánica el elogio de la variante frente a la fijación de un texto único, fruto del trabajo consciente de uno que no quiere tener tantos rostros como ejemplares, y se conforma con el nombre de autor.
El problema serio a mí se me plantea como lector, porque una de las grandes bondades de la lectura consiste en poder hablar después con otros lectores de lo leído. Pero con el método de Balestrini –que deja Rayuela como un juego infantil–, uno se ve condenado a perorar en voz baja y en soledad. El lector tiene también su público, pero si éste no comparte la totalidad de la obra –de la misma obra, claro está–, se encuentra irremisiblemente perdido y condenado al aburrimiento, porque el objeto en común no es el mismo, y la aventura que ofrece el sinfín de variantes, la verdad, no da para que se imponga el eterno intercambio de versiones. Como si no tuviésemos otra cosa que hacer que leer lo que dicta el ordenador de Balestrini.»
manolo dice
un programa que haga eso no es un modernísimo programa. es un simple programa que combina aleatoriamente (o no), diferentes versiones de un mismo párrafo. es una cuestión de combinaciones. nada más. como idea, tampoco me parece nada del otro mundo.
YO dice
NO ENTENDI NADA ENSERI PIENSAN QUE UNO PODRIA ENTENDER ESO