Vía el excelente blog Publishing 2.0 de Scott Scarp y Robert Young traemos a colación un tema de aplicación cada vez más importante: la generación de contenidos originales en la web. Tomando como ejemplo la cobertura online de un hecho noticioso como la declinación de Microsoft a comprar acciones de Yahoo, Scarp nos lleva a conclusiones simples pero vitales que merecen la pena ser difundidas en castellano.
La tarea de publicar múltiples versiones de una misma historia sólo tendría sentido si cada sitio web fuese una isla. En un entorno lleno de agregadores e hipervínculos como el de Internet, tal cantidad de noticias repetidas son económicamente obsoletas. ¿Por qué? He aquí una lección de economía básica aplicada a la web:
“Si escojo escribir sobre la misma historia, podría reducir el valor económico de cada versión de la historia. ¿Por qué? Porque un cero se suma al juego de atención en la noticia. Aún los especialistas en tecnología leerán un número finito de noticias. Si coloco mi versión en la mezcla, por cada vez que mi historia se lee, la de algún otro no es leída. Por lo tanto, cada versión de la historia reduce el valor económico de todas las demás.”
Bajo esa perspectiva, ¿tiene sentido publicar el contenido que todos dan a conocer? Que el valor de una historia crece en la medida de lo original que esta sea, no es ninguna novedad. Sí lo es y seguirán siéndolo, las mutables formas de presentar contenidos en la web: linkar en lugar de repetir, participar en vez de pontificar.
En resumidas cuentas, quizá sea más importante la actitud al escribir para la web: sentir particular desapego por las fórmulas eternas y constante curiosidad por experimentar vías nuevas. Para los románticos del periodismo en cualquiera de sus entornos, esto equivaldría a no contribuir a la comodidad de la reproducción en serie y a aplicar con urgencia el único elemento invariable en cualquier fórmula: pensar.
La ilustración es de Danny Sánchez y el texto que la acompaña dice: «Enviado a través del tiempo por Googlezon, el T-1000 se acerca silenciosamente al editor del periódico belga.»
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