Abrir un blog debe ser una de las cosas más rápidas, fáciles y económicas que se pueden hacer hoy en día. No necesitas moverte de casa, de tu habitación, ni de tu cama. Puedes postear en la oficina, en el café o en la banca del parque que capta la señal wifi de algún vecino. Por eso es que no exagerado decir que, habiendo tantos bloguers, twitteros y fotoblogueros (pregunten en su trabajo quién tiene uno y se llevarán más de una sorpresa), éstos sean cada vez más profesionales, populares y por ende, influyentes.
Aunque en muchos sectores todavía se pretende aminorar su importancia e impacto como pioneros del ciberperiodismo ciudadano, en un terreno tan sensible como las relaciones sociales y la política, los blogueros son considerados como una amenaza. Según un informe elaborado por la Universidad de Washington, desde el 2003 se han detenido aproximadamente 64 blogueros y aunque parte de las detenciones son sobradamente justificadas (casos de pornografía infantil), es creciente la cantidad de personas que ha llegado a la cárcel por emitir sus opiniones políticas, religiosas y sociales a través de un ordenador.
Recordemos además que hace poco os informamos de la importancia de Internet en la campaña presidencia estadounidense, donde blogs como The Huffington Post son referentes de obligada visita. Moviéndonos a un terreno menos «serio» en la actualidad es poco probable que alguien compre artículos vía Amazon o eBay sin antes leer opinones. Hurgamos en las historias de viajes de desconocidos blogueros que viven en las antípodas para saber qué restaurante es recomendable y qué lugares no debemos pasar por alto.
El último informe de Technorati sobre la blogósfera, de abril de 2007, señalaba que existían aproximadamente 70 millones de blogs, estimando que diariamente se crean de 120,000 nuevas bitácoras. NITLE (National Institute for Technology and Liberal Education), organización que trabaja en el Blog Census, existen alrededor de 2,869.632 bitácoras, de las cuales 80,509 (2,8%) estarían en castellano.
Así las cosas, la censura ya no es una labor tan fácil como cerrar estaciones de radio o canales de televisión: habría que apagar cientos, miles de ordenadores y con ellos, a gran parte de la sociedad.
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