«Los editores van a tener que adaptarse a todas estas transmutaciones en el sentido más darwiniano de la palabra, porque sólo sobrevivirán aquellas especies editoriales que se adapten al nuevo ecosistema.»
Así concluyo el artículo que escribí el pasado febrero y que la revista Trama & TEXTURAS acaba de publicar en su nuevo número «El fin de los libros«(artículos escritos por profesionales del libro de lectura áltamente recomendable, y si no mirad el índice).
Si os intriga la conclusión, os animo a leer las premisas que conducen a ella.
LA EVOLUCIÓN DE LAS ESPECIES (EDITORIALES)
Escrito en febrero de 2012.
Publicado en la revista Trama & TEXTURAS en junio de 2012.
Se acercan buenos tiempos para los autores, probablemente los mejores desde el invento de la imprenta. Internet y la digitalización son la clave de esta nueva era en la que el autor vuelve a cobrar un peso que durante mucho tiempo se había aligerado en beneficio de los editores. Buenos tiempos para los autores profesionales, esa elite que se gana la vida escribiendo, porque volverán a tener por el mango la sartén de su carrera. Buenos tiempos para los autores semiprofesionales, aquellos que subsisten con el complemento de otros trabajos, porque sus destinos editoriales no dependerán de la decisión de un editor. Y buenos tiempos para los autores ocasionales, los parias de la edición, porque tendrán canales consolidados donde mostrar su trabajo.
La red ha dado espacio a todas las voces, cabida a todo tipo de contenidos y una vía de comunicación entre creadores y consumidores. La digitalización ha hecho «líquidos» esos contenidos, susceptibles —como el agua— de adoptar diferentes formas/formatos en función de las condiciones a las que sean expuestos. Y estos nuevos líquidos digitales fluyen por la red, se cuelan por las numerosas grietas de la vieja mole de la industria editorial y empiezan a socavar los fuertes cimientos en los que ésta se sustentaba.
El autor tutelado
En ese vetusto edificio, el autor depende del editor casi de forma paterno filial. No es una relación de dependencia en el sentido negativo, el autor no está sometido al editor, pero cuando firma el contrato de cesión de derechos para la explotación de su obra pierde el control total sobre el libro. Pero quien paga, manda, y es el editor quien arriesga su capital. No sólo invierte el dinero necesario para sacar el libro al mercado, sino que también le da al autor un adelanto sobre los ingresos futuros que de él se obtengan. Por eso, en la mayoría de los casos, a partir de la firma del contrato, el editor es quien empuña la batuta en la dirección del futuro de ese libro: decidirá en qué formatos se publica la obra, tanto en papel como en digital; escogerá la cubierta que considere más comercial así como al profesional que la creará, y también el diseño de la tripa, lo que determinará el número de páginas; marcará los precios para cada uno de los formatos y establecerá los canales de venta en función de los contratos que tenga con los diversos distribuidores y librerías; dispondrá la fecha de publicación, y decidirá si vale la pena o no invertir en una campaña de marketing, cómo se desarrollará y en qué medios, su duración y el papel que el autor desempeñará en ella. E incluso en algunos casos podría vender los derechos de traducción a la editorial extranjera que le fuera más conveniente. Todo ello, a ser posible, sin intervención al autor, frente al que se erige en una figura próxima a la del tutor.
A cambio de la cesión de esta parcela de libertad en la toma de decisiones sobre su obra, el autor obtiene del editor una serie de servicios y ventajas nada desdeñables: la edición del texto y su conversión física en un producto apto para el mercado; el beneficio de la experiencia del editor como experto en la industria editorial a la hora de producir, comercializar y promocionar el libro; el ya mencionado adelanto por el aproximadamente 10% de los ingresos (brutos o netos) del editor por las ventas del libro (más o menos el 20% en el caso de la edición digital), y aprovecharse del prestigio del editor como curador y del potencial número de lectores que ello conlleva.
La gran mayoría de los autores considera que estas ventajas compensan con creces la tutela forzosa a la que quedan sometidos, ventajas a las que hay que sumar la creencia social de que nadie es autor mientras no le avale un sello editorial, mientras no apueste por él un editor. Al menos así era hasta la explosión de la web 2.0 y el derribo de las barreras que separaban al autor de los lectores, es decir, cuando el editor dejó de ser imprescindible.
El autor empresario
De la misma forma que alguien decide crear una empresa o emprender un negocio, el autor puede decidir convertir su libro en su negocio, invirtiendo en él su tiempo, su dinero, su talento y su capacidad social. Hace unos años le hubiera sido extremadamente difícil; actualmente, es extremadamente fácil.
La web 2.0 ha dado al autor cuatro herramientas fundamentales para alterar la cadena de valor del libro, saltándose varios de sus eslabones:
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